lunes, 29 de julio de 2013

Lágrimas de Hada

Mis lágrimas iniciaron ésta historia... Y es que las lágrimas de Hada se transforman en cristales que se esconden hasta que aparece un niño capaz de consolar esa tristeza.

Era de noche, una de esas de mucho viento. Estaba sentada en una hoja del viejo Olivo, en el  viejo parque, claro está, de un viejo pueblo. Yo no paraba de llorar, me había enterado de algo terrible... El alcalde de aquel lugar había decidido quitar el árbol más viejo  porque entorpecía sus planes de construir un parque nuevo. ¿Qué culpa tenía aquel árbol? Aquel Árbol de ancho tronco y grandes raíces había cobijado gatos, pájaros, mariposas, cartas de amor, mensajes secretos y mil juegos de los que fueron niños junto a él.

Lloré por la insensibilidad ante ese abuelo, lloré por las historias que se perderían entre sus ramas... Y mis lágrimas caían a sus pies mientras él intentaba consolarme.

     —No te preocupes, pequeña hada —decía—, hace muchos veranos sacaron de aquí a mis hermanos para crear este parque. Las personas ya no buscan mis olivas…tranquila, estaré bien.

En ese momento llegaron ellos, un niño y una niña. La verdad, no les hice mucho caso, y es que estaba muy triste. Pero poco después sabría sus nombres, Gabriela y Víctor.

¡Ya ha empezado! —Gritó el niño emocionado acomodándose su gorro.
Shhhhhht —susurró Gabriela, consciente de lo sagrado de ese momento.

Entre las raíces del árbol, una gata comenzaba a parir. Los niños se sentaron mientras acariciaban la cabeza de la nueva madre. El árbol agachó sus ramas protegiendo a los niños del viento. No es que el árbol fuera mágico, es que los niños lo hacían especial.

Cuando se iba a ir, Víctor encontró una de mis lágrimas, algo parecido a una aceituna, pero morada. Al tocarla el niño comenzó, poco a poco, a comprender el canto del árbol. —Duerme gatita, duerme.  —Víctor soltó la piedra, y al hacerlo volvió a oír sólo el susurrar de las ramas. Lentamente se agachó y cogió el cristal, entonces, el susurro se volvió canto otra vez.

Gabriela, que lo miraba desde lejos, se acercó. Sin mediar palabra su hermanito puso el cristal en su mano y se puso a buscar en el suelo. —Tiene que haber más —decía. La niña no comprendía lo que balbuceaba Víctor, hasta que ella también escuchó el canto del árbol.

Claro que había más, si yo me había pasado llorando toda la tarde. Víctor cogió otro cristal (esta vez de color azul) y tomó la mano de su hermana. Ambos se acercaron al árbol.

Hola, árbol —dijo ella.
Hola Gabriela  —respondió el árbol.
Los niños se miraron, no sabían si estaban más sorprendidos por escucharlo o porque supiera sus nombres.
Te oímos —dijo Víctor— quiero decir, te entendemos, o…—El movimiento de las ramas cesó.
Vaya —dijo el olivo—, hace muchos años que ningún niño quería oírme.
¿Cómo te llamas? —Preguntó Gabriela.
Bueno, he tenido muchos nombres...
Pero cuál es el que a ti te gusta —preguntó Víctor.
Pues, hace años, cuando aún tenía hermanos, me llamaban Ovidio.
¿Ovidio? —Dijo el niño.
Pero si quieres llamarme de otra forma...
No, no…Ovidio está bien.
Esa tarde, Ovidio explicó a los niños la magia de esas piedras, que realmente no eran piedras, sino “Lágrimas de Hada”. A continuación también tuvo que explicarles el por qué de mis lágrimas —y es que después de tanto llorar, yo no podía hablar, ni ser escuchada…Efecto secundario de mi llanto—. Así, se enteraron de que, en dos días, Ovidio dejaría de existir.
Al otro día, los niños, con sus cristales atados al cuello, se sentaron junto a Ovidio para oír las historias del pueblo y de los antiguos juegos.
—No dejaremos que te quiten de aquí —sentenció Gabriela—. Esta es tu casa, debe haber alguna forma de que no te talen.
—Esta tarde el alcalde está en el ayuntamiento... ¿Y si vamos a hablar con él? —Dijo Víctor.

Y así lo hicieron, esa tarde se plantaron en el ayuntamiento, decididos a hablar con el alcalde.
Pero los adultos son extraños, y parece que los temas de los niños son muy pequeños y, las cosas pequeñas, poco importantes. Esa tarde no los recibió.
Fueron al parque llorosos, sin saber qué hacer. Entonces otros niños que jugaban los rodearon. Tristes y rendidos Gabriela y Víctor contaron a sus amigos lo que les pasaba, estaban seguros que nadie les creería, pero ya les daba igual. Sin embargo, en la tierra comenzaron a brotar los cristales, así, mientras Gabriela y Victor narraban su historia, los otros niños recogían las piedras y escucharon a Ovidio consolando a los hermanos.

—No lloréis por mí, he sido muy feliz…Prometedme que cuidareis de esta gatita.
Esa noche los niños del pueblo se quedaron junto a árbol. No querían que pasara su última noche solo.

Estamos oyendo cuentos —respondían cuando les preguntaban qué hacían. Y cuando los regañaban para  que se fueran a casa protestaban —¡Mañana lo talan!, déjame que escuche un poco más, mañana ya no podré oírlo. —Los padres, sorprendidos y asustados por esa tenacidad, les acompañaron. Los adultos no escucharon al árbol, pero no era necesario, poco a poco comenzaron a recordar su infancia junto a él, aquellos mensajes secretos... Y después de horas conversando entre ellos, se dieron cuenta que los niños sólo callaban.
Entre los adultos estaban el alcalde, su hija y su nieto, los concejales, los bomberos, el constructor del parque... Estaban sorprendidos porque esos niños no protestaban ni gritaban; sólo estaban ahí, callados, oyendo el viento pasar por las ramas de un olivo.
¿Será verdad que lo escuchan? —Preguntó en voz alta el panadero. Y un anciano respondió. —¿Y por qué no? Me gustaría hablar con él, seguro que nos acordamos de lo mismo.
Al oír esto Gabriela giró la cabeza y respondió —Ovidio tiene más de cien años”.
El alcalde y el constructor se miraron y se encogieron de hombros. Estaba claro lo que debían hacer…Se acercaron a los niños —Bueno, bueno…lo dejamos donde está, pero si nos contáis lo que os dice.
Y así, en un viejo pueblo, se creó un nuevo parque, pero en el centro tiene un viejo olivo con una placa que reza: “Este olivo se llama Ovidio y es protegido por los niños de este pueblo”.


Y así, cada 5 de mayo, se reúnen los vecinos alrededor del árbol a contar historias. Y, bueno, yo también me acerco a Ovidio, siempre hay una anécdota nueva para oír y mis lágrimas aún se pueden encontrar cerca de sus raíces.


Colorín Cantado, este cuento se ha acabado…

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